03 noviembre 2005

Trinidad 30/09/2005

La sierra del Escambray es lo más parecido a una selva que he conocido, uno no tiene mucho mundo... Desde Topes de Collantes un caminito hacia una cascada a través de las laderas escarpadas, tardamos dos horas y media para hacer dos kilómetros con un desnivel de 400 metros. Se nota la huella del último huracán, el Dennis, cientos de árboles arrancados, tronchados. No es un camino amable, desde luego, por lo que no todos disfrutamos igual, aunque es precioso. Nos desperdigamos bastante a lo largo del recorrido, y yo me vicio un poco intentando, sin éxito, hacer algún macro no demasiado mediocre y me retraso bastante. Hacia los dos tercios del camino, me encuentro con Maribel, que a duras penas puede con su cuerpo. Intento animarla y con paciencia conseguimos llegar. Al final del camino, la cascada, el Salto del Caburní, y lo celebramos con un estupendo baño. El agua está bastante turbia por las últimas lluvias. En el camino de vuelta algunos miembros de la expedición se atrancan definitivamente hasta que son salvados por el hombre de la mula.
Sin tiempo para ducharnos decidimos salir a dar una vuelta por Trinidad antes de que se haga de noche. Hoy sí que hay mucha gente. De repente nos damos cuenta de que es viernes, hemos superado el ecuador del viaje. Ya oscureciendo, cae un tormentón del siete. En menos de diez minutos se lía una torrentera calle abajo que nos sorprende refugiados en casa de una amable señora que nos llama al vernos pasar bajo semejante aguacero. Cuando escampa subimos hacia la plaza Mayor, allí cerca, en El Palenque, nos encontramos con Jorge (Horhe a partir de ese día) que ha hecho "amistades" y se está arreglando el cuerpo a base de mojitos. Nos unimos a él. Momento musical a cargo de Osiel Ramírez.
Después de cenar subimos otra vez y volvemos a ver a los amigos de Horhe. Copas. La Casa de la Trova está hoy más animada. Hay bastantes turistas, pero hoy también hay gente de Trinidad, hasta un botellón en la plaza del ayuntamiento.

1 Comments:

Blogger Arturo said...

La verdad es que Trinidad invita a pasar una larga temporada.

Pasear, charlar, tomar y disfrutar con los poros abiertos de ese "no sé qué" que tiene esa ciudad.

No lo he dicho en el texto, pero recuerdo ahora que los pedigüeños, algo abundantes y sobre todo persistentes, hicieron perder la paciencia a Miguel.

¡Con lo tranquilo que es!

4/11/05 16:17  

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